A la sombra de una acacia, en algún lugar del Sahel, un hombre joven se acerca a un anciano que mira al horizonte y sentándose a su lado le habla de esta manera:
– Padre, perdóneme usted, debo hablarle del problema que tengo.
– ¿Qué sucede Souleyman?, ¿por qué traes esa cara? Siéntate a mi lado y explícame qué te sucede.
– Padre, no voy a poder terminar la casa que empecé a construir el año pasado. Mi esposa y nuestros hijos tendremos que quedarnos su casa, si a usted le parece adecuado.
– ¿Por qué hijo mío? Tú, que eres un hombre previsor; tú, que tienes una mujer trabajadora; vosotros, que habéis sido ahorradores y eficientes. ¿Qué ha sucedido para que me hables así?
– Padre, es por el progreso.
– Cuéntame, hijo ¡¿qué es eso del progreso y cómo puede ser que no te deje avanzar?! Tú que eres agricultor así como lo soy yo y lo fueron tus abuelos en esta misma tierra, cómo es que ahora el desarrollo te impide terminar la construcción de tu casa.
– Se lo explicaré padre mío. Empezaré por lo más cercano y usted lo entenderá.